2010/08/11

La Otra Verdad / Daniel Spinelli ¨Editorial El reino¨

La Otra Verdad / Daniel Spinelli ¨Editorial El reino¨
Prólogo: Es la piedad - su fuente, su fin – un valor más alto que la verdad. Porque si hay verdades que alumbran o consuelan, que dan pábulo a la idea, las hay – y no pocas – que oscurecen y desalientan, que esterilizan toda fertilidad, crueles o inútiles, peores que la mentira. Y todavía sin la certeza de haber encontrado la verdad sino apenas verdades propias, contingentes, sólo provisionales. ¿No sería gesto temerario precipitarse en su nombre? Al fin de cuentas, ¿Quiénes somos? ¿Quién es el otro, el prójimo de nuestra tribulación? ¿Qué espera? ¿Qué desespera en él? ¿Cómo seguir adelante sin inventar las horas, sin refugiarnos en los pliegues de un tiempo alucinado? Es difícil sostener la escena cuando la cubierta de lo que llamamos identidad declina. Y allí, en la caída ante el poder del destino, no nos queda más que pedir misericordia desde la ignominia de nuestra condición. Daniel Spinelli – la otra verdad, su diacronía narrativa –comprende cuanto nos humilla la realidad y propone, para salvar a sus personajes, una dimensión existencial alternativa en la que la alteridad radical, la comunión de los opuestos, la condena y el perdón son siempre posibles. En ese espejo velado, reflejo en negativo, podemos reconocernos o reconocer la sombra de nuestros deseos ocultos, acaso, inconfesables pero no por ello menos perentorios y, en ese sueño, también redimirnos.Por lo demás, fuera de la literatura, rebeldes o pusilánimes, reyes o bufones, en la batalla final seremos vencidos.Es la piedad - su porvenir, su imperiosa necesidad en el mundo – un valor esencial que nos define, mucho más alto que la verdad. Gabriel Landoni

2010/08/06

Cuadro

CUADRO

Un lento escalofrío recorrió su espalda apenas cruzó la puerta de entrada. La casa era igual a la que visitaba cada noche, en sueños. Su sonrisa quedó petrificada de espanto al ver la estatua que presidía la sala, los mismos ojos melancólicos, de mirada serena, la barbilla delicada, hasta el pelo cayendo ondulado sobre los hombros de la misma manera. Se enfrenta, midiéndose, en un singular juego de espejos, imitando el rígido semblante de mármol, que imita a la vez, su belleza etérea, angelical. Posa sus manos sobre las otras, tan similares, frías, casi traslúcidas.
Reina un aire gélido, huele a soledad, a medicinas caseras, a desinfectante. La luz tiembla azulada, fluorescente, sobre las altas paredes y techos, creando un clima ominoso.
Por fin voy a reencontrarme con mi padre. Atrás queda una historia confusa, de la que sólo conozco la versión de mi madre: un divorcio cargado de violencia, una orden de restricción, el viaje que terminó en un suburbio de Buenos Aires. Entonces yo, no tenía más de tres años. Guardo un vago recuerdo de sus dedos sucios de pintura, con los que le divertía mancharme, su aire quijotesco, su voz quebrada, acariciante.
Su voz me dice en el teléfono: –Dejá todo y vení a pasar unos días conmigo. Por favor, si no venís ahora, tengo el presentimiento de que nunca vamos a volver a vernos.
Yo sabía de su enfermedad, pero no me decidía a abandonar mis estudios, mi trabajo en plena temporada, y sobre todo no quería dejar solo a Gustavo, ahora que nuestra relación empezaba a encaminarse. –Tenés que venir, no va a haber otra oportunidad. Me dijo el viernes.
–Pero, no puedo, éste fin de semana vamos al campo, mi novio va a presentarme a sus padres.
–No vayas, te pido por favor que no vayas.
La escalera es imponente, de diseño majestuoso, y contribuye a la sensación fantasmal. La pared en la que se apoya está cubierta por un caos de pinturas de lo más diversas, pero todas tienen un único motivo y una única modelo. Ella niña, con el cuerpo coloreado de infinitas formas, ella creciendo con sus temores y fantasías, ella mujer, sus amores, sus anhelos. Comprende sorprendida que los sueños que transcurrían en ésta casa, eran compartidos por él, y así la retrató a lo largo de los años. Nunca pudo verlo ni tocarlo, pero percibía su presencia inquietante en cada rincón, en cada objeto; y al despertar, le parecía que volvía de un largo viaje. Entre tantas imágenes, ahora se ve, en el cuadro que veinte años atrás desatara la tragedia. Lo estremecedor no es su desnudez, ni la actitud insinuante de su pose, hay algo en su sonrisa y en su mirada que no corresponden a las de una niña, una carga de sensualidad y erotismo, que le costaron a su padre una acusación por el peor de los pecados y que terminaron con su mujer e hija al otro lado del mar.
-Ella es mi creación - gritaba enloquecido, sintiéndose traicionado.
-Ella vino al mundo para inmortalizar mi obra y eternizarse en ella. Vociferaba, ganando así la sospecha de todo su círculo íntimo, firmando su propia condena. Condena que todavía cumple en su estudio de la planta alta, de donde no volvió a salir.
Golpeo la antigua puerta blanca, que tantas veces soñé abierta, y entro furtiva y silenciosa. Aunque todo está impecable, ordenado, reluciente, como en un quirófano, el tufo es una bofetada, vahos fríos de hospital, de morgue. Cuando empiezo a acostumbrarme a la semipenumbra de la habitación, descubro el lienzo, naranja, lila, morado, añil. Discurren mis días. Son manchas informes, delirantes, alucinadas, en las que me adivino. Una lágrima turquesa, en mis ojos enrojecidos, un lunes en un bar. En tonos pastel, mi sonrisa tímida, insinuante, brilla. Borravino azulado un atardecer tormentoso, visto desde la ventana de mi cuarto. Mi mano nívea, crispada, aferrada a la cabecera de una cama de hotel. Mis amores y alegrías, mis dolores más profundos. Todas las líneas convergen en una forma única: un torbellino que se concentra en un punto, el ojo del huracán, que me atrae, me absorbe y en ése centro vuelvo a descubrirme, pálida, etérea, inerte, como soy ahora, rota, ya sin vida, en la camilla de un hospital de pueblo, del otro lado del mar, aquel día que fuimos al campo con Gustavo.
-Te pedí que no fueras, pero no quisiste escucharme- repite papá llorando, las manos blancas de la sábana, rojas de mi sangre, mientras el cuadro termina de engullirme.

4 comentarios:


Anónimo dijo...
Daniel: ¡que te siga siendo necesario escribir! Que quieras seguir dando testimonio de vos, tus fantasías y todos esos personajes-personas que te habitan, para que quienes estamos “del otro lado”, podamos seguir intuyendo “la otra verdad”… Un placer leer tus cuentos.
Alejandro Fornari dijo...
Dos verdades: una dice que me gustaron muchísimo tus cuentos, tus historias; la otra verdad, dice que te envidio inmensa e insanamente esa capacidad de sacar afuera tanto, de lo tanto, que tenes dentro. ¡Excelente este y los restantes 19 cuentos! el Ale
Anónimo dijo...
He leído el libro y creo que los personajes de Spinelli trascienden el marco de los meros cuentos para adquirir profundidades novelescas, revelándonos verdades sobre nosotros mismos o nuestras circunstancias, con la aparición de elementos insólitos y sugerentes que parten, casi siempre, de situaciones cotidianas. Nunca más cierto aquel pensamiento de Boris Vian sobre que “se descubre al narrador mediante su obra”; luego de leer los cuentos y ver los videos de la entrevista uno no puede menos que ponderar la coherencia entre el autor y su discurso narrativo, quedando en el alma una impresión intensa y perdurable. Una grata sorpresa este primer libro de Daniel Spinelli. Leopoldo Berti (El Gato o El Cascabel – FM Oceano)
NENÉ dijo...
TU LIBRO ME ACOMPAÑA EN MIS COTIDIANOS VIAJES EN EL MITRE,CADA VEZ QUE RELEO UNA HISTORIA....DESCUBRO ALGO NUEVO(TAL VEZ SE ME HABIA ESCAPADO,O NO LO INTERPRETÉ LA PRIMERA VEZ ).SIN DUDA ESTO ES LO TUYO. DE TODOS MODOS, YA SE ASOMABA TU TALENTO ,CUANDO HACE MUCHOS AÑOS Y ALLA EN MUNRO.....DESPUNTABAS EL VICIO (CUANDO EL TIEMPO TE LO PERMITÍA)PONIENDOLE LA LETRA A ALGUNOS TEMAS COMO LOS QUE CONTIENE EL CD QUE ME OBSEQUIASTE. ADELANTE AMIGO,VAMOS POR MAS!!!! NOS VEMOS EN LA FERIA DEL LIBRO EL 27/4 TE QUIERO MUCHO LA NENÉ

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